“Si pretendo escapar de mi encierro, es preciso conocer los muros que lo sostienen”
margriet boom
Suena absurdo decir que construímos nuestra propia prisión.
¿Por qué o para qué construir aquello de lo que intentamos escapar? ¿Qué sentido puede tener acrecentar el aislamiento? ¿Para qué aumentar el miedo o la falta de voluntad o los conflictos en las relaciones?.
Esta afirmación aparentemente absurda, tiene una gran profundidad.
Este lugar que hoy es una prisión, en algún momento fue un refugio o por lo menos aparentaba serlo.
Construimos este “refugio” siendo muy pequeños e indefensos; sin los recursos con los contamos hoy en día, por eso hoy puede parecernos absurdo lo que en ese momento no aparentaba serlo.1
Existe una fantasía infantil que acompaña a la “construcción” de estos refugios. La creencia de que dentro de los mismos, no se experimentaría o por lo menos no tan fuertemente, el dolor emocional que tanto se tema enfrentar.
Algunos de estos refugios son verdaderas guaridas que fueron absolutamente atinadas en ese momento de nuestra historia, pero que hoy nos estorban para crecer y desarrollarnos, y nos impiden ser felices. Otros nunca fueron buenos lugares, pero creíamos que nos protegían, por eso cuesta trabajo dejarlos atrás.
Una joven que consultaba conmigo, a quien llamaremos Janny, encontró un escondite siendo muy pequeña. Acudía a éste cada vez que su madre, quien tenía serios problemas de agresión, empezaba a aventarle objetos: una bicicleta o un sartén ardiendo. Detrás de uno de los muebles de la sala había una esquina, en donde podía pasar inadvertida y en donde dificilmente podría alcanzarla cualquier contacto humano, incluyendo la mirada.
En este caso la guarida infantil era verdaderamente un refugio para salvaguardar su integridad física. Sin embargo hoy en día esta joven, de 28 años, que ahora vive con su novio, sigue buscando escapar de “la mirada de los otros”.
A los 25 años, sentía pánico cada vez que se encontraba con alguien en el supermercado que se dirigía en el mismo pasillo, pero en sentido contrario. Tenía que salir corriendo del lugar. Así fue que adoptó horarios nocturnos para ir de compras, y de esta manera evitar en lo posible cualquier contacto.
Si bien este pánico le permitió sobrevivir de pequeña,2–4 y constituyó una excelente estrategia en ese entonces, en su adultez le impedía tener una vida plena y satisfactoria. Su “guarida infantil” se convirtió en su “prisión actual”.5 Quedarse ahí la aíslaba de un contacto que anhelaba profundamente, pero al que también temía con la misma intensidad.6
Salir de su asilamiento implicó un acto de voluntad y de decisión: ir contra su impulso de salir corriendo en sentido contrario. Abandonar este refugio implicó valentía para tomar en sus manos la responsabilidad de cambiar la propia historia.7
En otras ocasiones la guarida, desde el inicio, no cumplía una función, aunque el pequeño creía que si. Por ejemplo un niño puede pensar que si se come todos los dulces que hay guardados en la alacena puede calmar ese vacío que siente dentro. Estas fantasías obedecen al pensamiento prelógico y mágico de la infancia.
El rescate de nuestro ser interno, desde esta “prisión guarida” implica un proceso que solo puede iniciarse como un acto de amor hacia nosotros mismos.8,9Para poder ayudarnos a salir de este encierro, es importante entender por qué creímos que esta opción era una “buena solución”. Ser empáticos y compasivos con esta parte de nosotros mismos que tuvo que “esconderse”, porque pensó que era la única manera en que podía sobrevivir y sigue pensándolo así, pues recordemos que las memorias emocionales inconscientes son atemporales. Solo si entendemos cómo funcionan estos mecanismos podremos explicarle a este “niño interno atemporal” que hay otras opciones.10
Para ello necesitamos entender la fantasía que se esconde detrás de la “solución” encontrada.
Por ejemplo: ante la profunda tristeza que un niño percibe en su madre, puede construir la fantasía de que si se porta bien puede “curar” a su madre y asi ella se pondrá feliz. El niño no entiende de depresión, ni de medicamentos, ni de opciones terapéuticas… solo cuenta con ese recurso para “resolver el problema”, es lo único que tiene en sus manos. Y resulta ser una “buena solución” puesto que nos habla de que no se quedó pasivo ante lo que pasaba y que tenía capacidad de sentir lo que sucedía en el otro… sólo que los recursos de ese momento, su pensamiento prelógico, omnipotente y egocéntrico, característico de la infancia,11,12 no le permitían un análisis más objetivo de la situación.
Esta fantasía puede convencerlo, en su vida posterior, de desarrollar un perfeccionismo que lo atrapa y lastima su relación con el mismo y con quienes están cerca. 13
Si queremos rescatarlo de ese lugar tenemos que empatizar con este intento valiente y desesperado de “consolar a la madre” para comenzar a abrir la puerta que lo atrapa. Si por el contrario criticamos su perfecionismo estaremos dejando de reconocer su intento, dejando de mirar su dolor y este niño se sentirá aún más abandonado. Difícilmente podrá animarse a dejar su guarida y emprender un cambio.
El abandono de esta prisión no se da en el primer paso. No se pretende que alguien “abandone su miedo”… “o su aislamiento…” “ o su desconfianza…” en el primer intento. De inicio hay que entender este miedo, abrazarlo… reexperimentarlo desde un lugar de mayor contención. Dejarlo “hablar” para que nos explique la fantasía que lo sostiene. Aceptar y entender poco a poco aquello que tiene para rebelarnos … y cuidadosamente, sin prisa, poder mostrarle que hay otros caminos.1
Salir de esta prisión implica mucho valor, así como un trabajo en muchos niveles. Podemos utilizar recursos terapéuticos, farmacológicos, de ejercitación de hábitos, espirituales, de contacto social… son múltiples las herramientas válidas para buscar este cambio.4
La primera función que tuvo para Janny la “conciencia plena” de la existencia de esta “prisión-guarida” fue la atinada decisión de aceptar un tratamiento farmacológico (a base de antidepresivos ISRS5). Este tratamiento farmacológico le permitió tener la estabilidad emocional suficiente para aventurarse a experimentar situaciones nuevas de contacto, desde simples encuentros casuales cotidianos, hasta la participación en grupos y la asistencia a algunas actividades que progresivamente le permitieron reescribir su historia. El avance era muy evidente, aunque de ninguna manera fue un camino lineal, sino plagado de “accidentes”; de entradas y salidas a su prisión guarida; de nuevos intentos que finalmente lograron su objetivo porque ella estaba dispuesta, aunque todos “sus músculos” se “petrificaran” o la llevaran de regreso a su refugio.2
La capacidad del cultivo de un “Principio Amoroso” hacia nosotros mismos y hacia los otros es la llave que abre la posibilidad de confiar y poder dar un paso hacia fuera de este lugar de resguardo.
La Terapia Focalizada en la Compasión habla precisamente de la formación de un “Yo Observador Compasivo” que permite manejar los tres principales núcleos que identifica de nuestro funcionamiento: curiosidad, lucha o huída y sensación de seguridad y contacto con una comprensión compasiva cuando se activa sobre todo nuestro núcleo de “lucha o huída”.14
La Teoria Polivalagal, por su parte, nos habla de cuidar NO activar nuestro sistema de simpático excesivamente (donde se presenta precisamente esta respuesta de “lucha o huida”, neuroendocrinologicamente hablando) y quedarnos dentro del sistema que permite el contacton (parasimpático ventral), que se bloquea cuando se percibe una amenaza o peligro.15 Es decir, necesitamos sentirnos a salvo para emprender la aventura de entablar una relación o de hacer conciencia e la necesidad de cambiar alguno de nuestros hábitos de reacción. No podemos sentarnos a reflexionar si sentimos que nos viene persiguiendo un león, o que vamos a perder la aprobación de un ser querido, como veremos más adelante. Ambas activan nuestrio sistema de “peligro”.
La Psicoterapia Neurofuncional plantea precisamente la necesidad de entrar en contacto con esta fantasía infantil y a través de la utilización de diferentes técnicas darle voz a este “niño atemporal”, que sigue morando en nuestros circuitos neuronales, en las profundidades de nuestro cerebro,16 para que pueda expresar lo que lo llevó a esta solución, y desde la validación de su intento, compasivamente, tomarle la mano y mostrarle que existen otros caminos.