“Si tratamos de acallar nuestras emociones, ellas encontrarán su manera de expresarse. Es mejor escucharlas compasivamente para descifrar el mensaje que quieren comunicarnos.”
margriet boom
¿Por qué existen emociones tan profundas, como la empatía o la compasión, que implican un alto nivel de conciencia, mientras que otras emociones, como la angustia, aparecen como una respuesta automática, incontrolable e inconsciente, en muchas ocasiones sin que sepamos claramente qué la ocasionó?
Debemos a Panksepp, y a su escuela, una explicación muy interesante al respecto.
Para Panksepp, como esbozábamos en el capítulo anterior, existen tres niveles de respuesta emocional que se ubican en tres niveles de estructuras cerebrales y que fueron surgiendo a través de la evolución de las especies.1
Estos niveles van de abajo hacia arriba; de lo más profundo hacia lo más superficial y al seguir este proceso evolutivo nos indica que lo último en desarrollarse fue la corteza cerebral, la parte “más externa de nuestro cerebro”. Este modelo tiene cierta semejanza con el propuesto por MacLean2 que también citábamos en el anterior capítulo. A las estructuras que se encuentran por debajo de la corteza se les denomina subcorticales, y no referimos a la corteza como región cortical. 3
Este modelo no implica, de ninguna manera, que los cerebros de los actuales animales sigan siendo como eran primitivamente, pues han desarrollado también una corteza, aunque sea incipiente. Nos explica más bien cómo fueron integrándose progresivamente estas nuevas estructuras, superponiéndose a las anteriores y redefiniendo, al sumarse, el funcionamiento de las más primitivas.
Una emoción compleja implica la participación de todas las estructuras, corticales y subcorticales. De hecho, todas las emociones implican la participación del cerebro en sus tres niveles, pues son respuestas globales, sin embargo, ante emociones más primitivas se privilegia la activación de estructuras subcorticales, mientras que las más evolucionadas plantean la participación más significativa de regiones de la corteza cerebral, sin que las partes primitivas dejen de estar presentes. Estas emociones más evolucionadas suponen un mayor nivel de integración.
Cuando esta integración es armónica las regiones más evolucionadas toman la dirección de la conducta. Cuando existen problemas en niveles primitivos los procesos inconscientes adquieren muchísima fuerza.
Lo más sorprendente de nuestro cerebro es que al evolucionar fue modificando paralelamente la realidad que lo afecta. Al desarrollar instrumentos de caza y de construcción afectamos a la realidad que nos rodeaba de manera concreta y observable.
Nuestro desarrollo cerebral nos permite tener un mayor impacto en el mundo que otros seres vivos. Esta realidad que transformamos, a su vez nos transforma a nosotros mismos, generando así un continuo movimiento en espiral. Esto se aprecia claramente en la realidad social que hemos creado, que a través de la participación del lenguaje y la cultura, modifica nuestro cerebro constantemente.
Esta realidad social ha impactado, de manera decisiva, en nuestra manera de expresar y vivir las emociones. Hoy en día además estamos enfrentando el reto, cada vez más complejo, de una realidad virtual que está transformando nuestras mentes y redefiniendo nuestro funcionamiento cerebral.4
En este proceso evolutivo las nuevas estructuras cerebrales se han ido superponiendo a las anteriores, sin eliminarlas, pero si redefiniendo su funcionamiento al integrarlas a circuitos funcionales más amplios, haciendo cada vez más complejo el funcionamiento cerebral.
Las nuevas estructuras no solo aportaron nuevas funciones, sino que reestructuraron el funcionamiento de todo el sistema.5 Habrá que ver lo que viene ante esta nueva realidad virtual cada vez más exigente.
El cerebro es como una gran orquesta y al añadir un nuevo elemento se modifica todo el conjunto, porque el resultado no es una suma, sino que se implica la interacción dinámica de las partes añadidas con las anteriores y entre sí mismas.6
A pesar de que la integración funcional está siempre presente para generar la respuesta global emocional 7cada uno de los niveles de activación suponen respuestas de distinto nivel de complejidad. No tiene el mismo nivel de complejidad la empatía, que supone procesos reflexivos profundos, que la respuesta automática de angustia ante un depredador, respuesta no mediada por un pensamiento complejo, ni reflección que no tenga que ver buscar una buena vía de escape.8
En el nivel más básico, están respuestas emocionales automáticas de supervivencia.
En el nivel medio están los hábitos de reacción aprendidos tempranamente, en lo que conocemos como ganglios basales.
En el tercer nivel, y con la participación de la corteza, especialmente del lóbulo frontal, podemos acceder a emociones de gran complejidad como la empatía, la compasión.8,9 (Recordemos el esquema del capítulo anterior. Si es necesario regresa al mismo para retomarlo con la información que ahora tienes).
El cerebro es un sistema complejo y funciona de manera coordinada. La corteza si participa cuando “corremos desesperadamente para salvar nuestra vida porque hemos oído una explosión”. La información que proviene de esta corteza nos permite saber qué pasa y qué hacer, sin embargo, quien tiene el control de la dirección de la conducta en ese momento no es nuestro ser pensante y reflexivo, sino nuestra respuesta hormonal: la adrenalina que activa a nuestro músculos para huir y cuya secreción requirió el disparo de un eje que inicia en las profundidades de nuestro cerebro (eje hipotálamo-hipofisario-adrenal) y que toma el mando en estos momentos, a diferencia de los momentos sociales en que guardamos las formas, sabemos comportarnos civilizadamente y en donde podemos aplazar nuestro impulso pues tienen el control las regiones más evolucionadas de nuestro lóbulo frontal. 10
Vayamos por partes y regresemos a nuestras respuestas primitivas antiguas. A nivel del tallo cerebral, especialmente en un lugar denominado sustancia gris periacueductal (Periacueductal gray: PAG) se encuentran los núcleos que activan a las 7 emociones básicas. Estas emociones para activarse no requieren aprendizaje, son heredadas como herramientas. Estas emociones son: cuidado, angustia, pánico, agresión, juego, curiosidad y deseo sexual, como veíamos en el diagrama.11
Sobre estas emociones primitivas y automáticas, que provocan respuestas corporales a través de la secreción hormonal, se construyen otras emociones más elaboradas que ya implican aprendizaje y experiencia.12 Por ejemplo, sobre el cuidado de las crías que es automático en los mamíferos, y que se favorece por la secreción de hormonas como la oxitocina y prolactina, y que no requiere de aprendizaje por ser una conducta instintiva, se instaura el proceso de apego, que ya se basa en la experiencia de las primeras relaciones, específicamente con la figura del cuidador (madre generalmente).12 Este apego ya implica la relación con este cuidador.13 Los cachorros identifican a sus madres y en el cachorro humano se desarrolla una reacción específica ante la pérdida del contacto con ella, a la que Spitz denominó angustia del 8avo mes y que habla de que el bebé ha desarrollado la capacidad de distinguir a su madre de un extraño14. Esta angustia se activa especialmente con la pérdida de contacto visual o físico de la madre.15
En este vínculo temprano, como veremos en otros capítulos, se aprenden las pautas de interacción social. Si hay una buena relación se generará la confianza en la disponibilidad emocional del cuidador y el sistema de apego será seguro. Si por el contrario hay una experiencia dolorosa se establecerá un sistema de apego inseguro. 16
Estos patrones de apego generan emociones inconscientes, que, si bien fueron aprendidas en base a las experiencias vividas en la primera infancia, van a determinar las maneras habituales de responder en las interacciones sociales. 17
Estas pautas de interacción no son conscientes, aunque pueden hacerse conscientes a través del trabajo terapéutico-emocional.18
Los aprendizajes primitivos son preverbales, se apoyan más en imágenes y sensaciones corporales, que en palabras. Este tema se abordará en siguientes capítulos.
El segundo nivel de activación emocional del que venimos hablando y donde se registran estos patrones de apego y estas relaciones objetales primitivas implica así respuestas inconscientes aprendidas con una activación de circuitos principalmente (aunque no exclusivamente) de los ganglios basales, especialmente de la amígdala cerebral.19
En el tercer nivel, es decir a nivel de nuestra corteza, región más evolucionada de nuestro cerebro, este mismo sistema de cuidado satisfactorio que brindó la posibilidad de un apego seguro, en el segundo nivel, permite el desarrollo de emociones como el amor, la compasión y la empatía.20
De esta manera, el abordaje neurofuncional del proceso emocional, nos posibilita la integración de múltiples marcos teóricos sin hacer una adición ecléctica, sino que hace una integración armónica de los distintos abordajes.
Permite la integración del concepto de la energía21 como base de la neurofisiología de la emoción, así como de la función hormonal que se implica en la reacción emocional. 15
Nos permite también la integración del inconsciente y de los aprendizajes primitivos como base del carácter, propuesta que sustenta el psicoanálisis22 .
Nos permite entender que existe un registro en circuitos neuronales en ganglios basales que sustenta a las relaciones objetales, como expresión neurofuncional de las experiencias tempranas y que desarrollan las distintas escuelas postfreudianas23–26 .
Nos permite identificar como hábitos inconscientes los distintos patrones que define la teoría del apego13,27 y cómo estos aprendizajes inconscientes se registrarían subcorticalmente, principalmente resguardados en circuitos amigdalo-hipocampales, que son de tipo preverbal, carentes de lógica, y a los que se puede tener acceso a través de fenómenos como el sueño, sensaciones corporales o representaciones simbólicas, y no tanto a través de palabras o explicaciones lógicas.
Permite asimismo integrar procesos tan complejos como la mentalización28, que requieren innegablemente de la participación de funciones cerebrales superiores, ubicadas en la corteza. Estos procesos se superponen a los anteriores implicando para hacerse posibles, el logro previo de la constancia objetal (confiar en la disponibilidad emocional de cuidador independientemente de su presencia física), de la identidad (identificación del sí mismo y la posibilidad de desarrollar distintos estados mentales) y de la autonomía (aceptación del otro como un ser separado con procesos emocionales y cognitivos propios).
De esta manera la visión de las emociones desde el neurofuncionamiento nos permite una articulación lógica y armónica de distintas aproximaciones psicoterapéuticas, valorando sus importantes aportaciones y lejos de ponerlas a rebatir el monopolio de la salud mental, nos plantea que existen distintas técnicas de abordaje, útiles y aplicables, de acuerdo con el nivel del proceso emocional que se está trabajando.
Por otro lado esta aproximación plantea la interacción dinámica constante entre el aspecto biológico y el experiencial, identificando que estas dos variables pueden presentar infinidad de interacciones que es necesario descifrar.
Para poder generar una emoción amorosa y generosa consciente requerimos una madurez emocional que implica el desarrollo de procesos corticales complejos que permiten la mentalización,18 apoyados necesariamente en procesos subcorticales primitivos y automáticos que datan de nuestras primeras experiencias, apoyadas también de manera indispensable en nuestra madurez neurofuncional en el momento de nuestro nacimiento.
Así el logro de la mentalización, y su nivel de abstracción, requieren la participación creciente de nuestras capacidades cognitivas que se ubican en la corteza. Pero también requieren que los procesos primitivos hayan llegado a un buen término, generando un apego seguro, y un cuidado suficientemente bueno, con la consecuente sensación de continuidad existencial.29
La sensación de continuidad existencial se refiere a la estabilidad fisiológica, que se alcanza al evitar estados prolongados de necesidad.
Los estados de inestabilidad fisiológica pueden hacer sentir al pequeño que su supervivencia se encuentra en riesgo.
Si el pequeño llega al mundo con una dificultad para la integración sensorial, estos procesos se verán seriamente afectados, como sucede en los niños con autismo y en algunos casos de hipersensibilidad o de desintegración sensorial30, loque condiciona una irritabilidad significativa, misma que dificulta la instauración de un apego seguro, pues el primer nivel de funcionamiento se encuentra ya afectado.
Esta visión neurofuncional lejos de privilegiar uno u otro aspecto (biológico, experiencial o de desarrollo) los integra como eje, dándoles importancia a todos y cada uno de ellos, y en lugar de excluir su participación, los visualiza en un proceso dinámico en donde se redefinen unos a otros constantemente.
De este modo podemos hablar de tres niveles de expresión emocional que funcionan de manera integrada: Una actitud compasiva tiene que ver con haber tenido una buena experiencia de apego, basada en un adecuado neurofuncionamiento y un sistema de cuidado adecuados, así como una corteza cerebral sana que permite procesos cognitivos complejos.
Pero qué sucede si la experiencia no es positiva. Es decir, si a una falla en el cuidado primario se suma una experiencia infantil con una figura de apego que no tiene la suficiente capacidad empática con el bebé, o vive en una situación de extrema necesidad que le impide atenderlo como requiere. Ante estas situaciones se generará un apego inseguro, quizás
desorganizado, y las emociones de resentimiento y de odio serán más propensas que las de compasión y amor.31
O si por ejemplo una hiperactivación en el lóbulo parietal cerebral, por falta de población GABAérgica neuronal, le impide al niño una sensación de continuidad existencial a pesar de los esfuerzos amorosos de la madre de mantener su equilibrio funcional. Sería totalmente equivocado, en este último caso, poner el énfasis en el agente del cuidador, a pesar de que la experiencia del pequeño no haya sido buena, el foco a atender se encuentra en el neurofuncionamiento.
Esto es muy importante porque permite atacar el problema verdadero y lleva a mejores resultados. Desde esta visión, la estructura de la personalidad constituye una ecuación de múltiples variables interactuantes.
Al lado de la función indispensable de la existencia de un buen cuidador, se requiere una capacidad de integración en el niño del estímulo materno. Es decir, el pequeño debe tener la capacidad de tolerar los inevitables retrasos en su atención, sin desorganizarse, lo que requiere de un adecuado nivel de neurofuncionamiento y de madurez en el momento de su llegada al mundo.
En un niño con desintegración sensorial la experiencia de abandono y daño es real, a pesar de haber estado bien atendido a los ojos externos. “No pudieron evitarle la sensación de desintegración, ni el dolor emocional que la misma conlleva”. De esta manera se valida la experiencia emocional del sujeto, y se puede llegar a una comprensión más abarcativa de la etiología del sufrimiento emocional.
Esta experiencia deberá ser validada, tramitada y resuelta para lograr un apego seguro, como proceso previo al de mentalización, pero en este caso se requiere trabajar a nivel del neurofuncionamiento como prerrequisito.
Si queremos trabajar con una emoción, de manera profunda, tenemos que llegar hasta sus raíces, a su expresión más primitiva; meternos hasta el fondo y validar su aparición.
Los distintos niveles de respuesta emocional implican distintos sistemas simbólicos y representacionales de acuerdo con los sistemas neurofuncionales implícitos en los mismos.
Para poder adentrarnos en el mismo tenemos que aprender a hablar los distintos lenguajes que hablan nuestras emociones y tratar de descifrarlos.
margriet boom
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